miércoles, 10 de septiembre de 2014

A LA GENTE TAMBIEN LE PASAN COSAS



Estás frente a importantes interlocutores. El tema: La distancia entre las decisiones del Estado y las necesidades de la población. Te ponés a desgranar una pieza oratoria impecable, de esas que justifican el sueldo que te pagan y comenzás a cautivar la atención de los tipos que te miran como estudiándote. Ya planteaste la frase célebre de cambiar los mostradores del Estado por mesas redondas. Ya te metiste de lleno en las formas de articular los instrumentos nacionales, provinciales y municipales con las fuerzas del tercer sector y vas imaginando el remate que arranque el aplauso de los oyentes. De pronto, el celular te parte al medio. Es tu mujer. Estás por cortarle pero pensás: “Mejor una respuesta rápida que un rosario de explicaciones”. Pedís disculpas y atendés. Te avisa de la necesidad de ir a buscar a tu hija urgente porque el auto se quedó sin batería. Es como si un tsunami de cotidianeidad te llevara puesto. El remolino se lleva el remate, el aplauso y la felicitación correspondiente. A la velocidad del rayo decís una frase trillada, das las muchas gracias y te vas insultando al cielo por lo bajo.

El teclado saca chispas. Estás preparando la ponencia que vas a presentar en el congreso venidero y los tiempos se te agotan. Tu marido se fué con tu hija al centro y las ideas te salen como nunca. Afloran las comparaciones y pensás que el tema elegido da para un tratado, un nuevo libro y hasta un nuevo título de posgrado. La representatividad de las instituciones, la legitimidad del poder y la influencia de la intelectualidad en el desarrollo del Estado de Derecho, como ícono fundamental del bien de los ciudadanos. En medio de la segunda página, tu madre te llama al fijo, ese que está a veinte metros del cuarto de estudio porque el celular lo tenés apagado y te cuenta que no le pagaron la jubilación, que vino a visitarla la gorda de la esquina y te mandó saludos, que en la revista tal salió una nueva dieta y que el domingo te espera con los ravioles. Como en el juego de la oca, una trompada cotidiana te manda al principio y las ideas no aparecen hasta que saques seis en el cubilete de tu cerebro. Las ganas de mandar a mamá de regreso a la vagina de tu abuela son enormes. Blasfemas un rato sin respuestas.

Parece ser el negocio de tu vida. Lo encontraste de casualidad pero lo buscaste con todas las ganas. Es la posibilidad de ganarte el respeto de tu padre, la admiración de tus pares, la tranquilidad de tu ocaso y el futuro de tus hijos. Estás diseñando el plan de negocios, uniendo las puntas, hablando con inversores que nunca te habían escuchado, tocando las puertas que nunca se abrían y rogando que otro no se te adelante porque es ahora o nunca. De repente, tu secretaria te dice que el nene te esta llamando porque chocó el auto. Que se encuentra bien pero que como se olvidó el carnet de conducir en el pantalón que le lavaron la semana pasada necesita que lo acompañes a hacer la exposición policial. La furia te enceguece, volcás el café sobre los escritos y justo te borra el teléfono del inversor que conociste hace un año en una ronda de negocios y como se le habían acabado las tarjetas, lo anotaste en una servilleta que guardaste en la carpeta del evento y nunca pasaste en limpio por cábala. Mirás hacia arriba y le preguntas a Dios porque tanto castigo.

El tipo está verdaderamente cansado. En seis días construyó un universo y descansó. Fue su único día de franco. Al día siguiente empezaron los reclamos de Adán, Eva y su prole, las internas con el diablo, las señales a los descarriados, las promesas a los mansos, el envío de su hijo, la selección de sus representantes. Desde hace un tiempo mira unos señores que en nombre de un tal capitalismo generan pobreza, guerras y aniquilan los recursos naturales. Al frente, unos jóvenes vestidos de verde y otros de rojo intentan detenerlos pero basados en un tal Carlitos Marx lo ningunean todo el tiempo. Más allá unos científicos, metidos en su burbuja, le hacen la competencia como creador inventando un juego nuevo llamado clonación. En medio de esta problemática recibe el llamado de una niña triste y con miedo porque mamá y papá no pasaron a buscarla todavía, de una vieja angustiada porque ve poco a sus hijos, de un pibe destruido como el auto que manejaba, de un político enojado porque no le salió un discurso, de una intelectual enceguecida porque no pudo escribir una ponencia y de un empresario reclamando que perdió un negocio. Piensa: No soy el pupo del mundo. A la gente también le pasan cosas.

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