miércoles, 10 de septiembre de 2014

CINCO MINUTOS DE BOLUDO (a Isidoro Blainsten)


La vida que llevamos, claro está, difícilmente te permita esquivar el rol que el destino, tus ancestros, o vos mismo según la corriente filosófica en la que te enroles, te pusieron en la vida. Apartarse un segundo del camino señalado o agacharse a juntar piedritas brillantes puede hacer que el pelotón te pase por encima o, lo que es peor, te emperne.
Pocas veces te perdonan correrte del cuadro señalado y el cultivo de la viveza criolla te va a marcar la diferencia entre ser un tipo piola y un terrible boludo.
Si te dedicás a la política, políticos chorros inspirados en la letra del tango Cambalache, te van a decir gil por no hacer diferencia cuando estés en alguna función pública o, amparados en no sé que manual de conducción política te van a decir boludo inorgánico si no ves con buenos ojos robar para la corona. Ni hablemos si se te ocurre denunciarlos. Para ellos los tipos vivos son los que entran en la variante o los que, paradójicamente, haciéndose los tontos miran para otro lado poniendo la mano extendida a fin de recibir algún vuelto. Cuatro frases han dejado insignes pensadores de la política para la prosperidad: “Nadie hace la plata trabajando” “Si paramos de robar dos años el país se salva” “No me han convocado por mi prontuario, sino por mi inteligencia” y “Para estar en el poder tanto tiempo solo hay que hacerse el boludo, pero no serlo”
Si te dedicás a la actividad privada, te recibís de master en viveza comercial si tenés la combinación perfecta: buen cobrador y mal pagador. Y si te llega a ir mal en tu empresa y te quedás en la ruina por pagarle a todo el mundo te van a decir ¡Boludo! ¡Como no te presentaste en convocatoria o metiste una quiebra!. ¿No sabes que el pecado no es fundirte sino quedarte seco?. Y te vas a cansar de ver tipos que te clavaron pasar enfrente tuyo y saludarte sin agachar la cabeza, porque al parecer la vergüenza también es una actitud boludezca. El día que se te ocurra preguntar de que viven algunos señores de trabajos cortos y cafés largos, te van a contestar: Ese es un vivo bárbaro. Está haciendo un paquete con la venta de IVA. Si llegás a contestar ¡ah, pero eso es ilegal! , estás condenado a boludo perpetuo.
Lo mismo puede pasarte si sos empleado público y se te ocurre no faltar nunca, cumplir con las horas de trabajo y ocupar más tiempo en tu tarea que a tomarte unos mates, ir al baño o a mirarle el culo a la de la sección de al lado. Te van a decir ¡boludo! no te pagan por productividad así que no se te ocurra sacarnos ventaja.
Pero si encima de estar en estas ocupaciones descubriste que te gusta alguna actividad artística o simplemente algún hobby distinto al deporte o la salida nocturna estás en un serio problema. Los amigos te van a decir: Che gordo: ¿No podés escribir cosas serias en vez de andar contando todas las cosas que nos pasan? Tu mujer, media cansada, quizá te diga: ¿Hasta cuando vas a mostrar tu costado débil? y tu vieja, con todo el amor del mundo, te dirá: Nene, ¿Se está volviendo marica que escribe esas cosas poéticas?
Claro que no es necesario joderle la vida al mundo hasta el hartazgo. La gente es como es y no tenemos derecho a desmarcarnos todo el tiempo. Pero acordate cuando eras chico: ¿No valía más la pena una buena gambeta que el mejor gol?. ¿No era mejor pegarle tres dedos aunque saliera afuera que fundir al arquero de puntín?
Y decime la verdad: Cuando ves a los chicos con la play station: ¿No te quedarías toda la tarde jugando con ellos? O ¿No extrañas tu cara de opa cuando veías a esa mujer que al pasar dejaba estelas y se te hacía un nudo en la garganta?
La vida te puso frenos: dejaste la guitarra en el ropero, el cuaderno de poemas en el desván, la colección de Nippur Magnun guardada en una caja y los millones de discos en la casa de tu vieja. El pelo se te hizo corto, la corbata cada vez más larga, el intervalo entre baño y baño menor a las 24 horas y los hermosos momentos de boludo inferiores a cinco minutos.
Cuando se vayan todos, agarrá la viola. Tratá de afinarla y canta los temas del Flaco Spinetta (Sí, esos de Artaud que a tu mujer nunca le gustaron). Agarrá papel y lápiz y escribile una carta a la diosa a quien nunca te animaste a decirle una palabra y que al final se enganchó con el hijo del empresario. Un lunes de estos, llegá tarde al trabajo por hacerle el amor a tu pareja como cuando eran adolescentes y este viernes sentate en el suelo con los chicos a jugar a los autitos y enseñales todos tus trucos.
Comprate tus cinco minutos de boludo y vivilos intensamente. Pero cuando los otros te pregunten porque estás tan contento, hablales del nuevo auto, del próximo viaje, del último gol de Palermo o del aumento de sueldo...
No es cuestión de avivar a la gilada.

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