miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL INTRUSO (o El Novio de la Nena)


Te causan la misma ansiedad que una final por penales. Si no aparecen, tenés miedo que la convicción de que tu hija es la más linda del mundo es una percepción individual y nunca te lo dijeron por miedo a tus insultos y cuando ingresan en su vida siempre vas a pensar que es demasiado temprano.
Primero se escudan denostando la palabra amigo, camuflándose en inofensivas tareas escolares en común, y casi siempre cuentan con la complicidad de la piola de tu mujer que los reciben encantadas. Después se disfrazan de protectores, ofreciéndose gustosos a acompañarlas hasta la puerta de tu casa, con la justificación pertinente de mamá, que siempre te recuerda lo peligrosas que están las calles para una niña adolescencente. Por último, se sacan la careta: Papa, Luisito es mi novio y el pibe te mira con miedo pero con el desenfado de sus veinte años que añaden a tus cuarenta y pico una o dos décadas más y con la displicencia del galán que te robo la novia de toda la vida. Vos pensás que ya está, que por lo menos la ansiedad se esfuma. Pero no. Ahora empiezan los miedos, las dudas y las decisiones.

¿Es mejor que venga a casa, aún a riesgo de liquidar tus stocks de bebidas y comidas, o mejor que no aparezca por si es unos de esos tipos que entran en la vida de la gente, se ganan el cariño y después se van dejando tristes no sólo a la nena sino a toda la familia?

Si viene a casa; ¿Te vas a dormir y te olvidas que están los dos solos en la pieza o mañana llegas tarde al trabajo por cumplir tu ingrata tarea de guardabosque?

Si se ven afuera; ¿Te ganas todos los insultos de la nena cuando la empieces a llamar por que se hace tarde o te quedás callado y te aguantás la cara de tu mujer que te pìde que pongas los límites que ella, principal cómplice, jamás le va a poner?

¿La vas a poner en alerta contando las canalladas que hiciste cuando eras joven, vas a callar por miedo a desmoronar tus pies de ídolo de barro cada vez mas húmedo o le vas a mentir contando historias de otros, pero que vos nunca protagonizaste?¿Como vas a disimular la cara de traste y de dónde vas a sacar la sonrisa que todos esperan que pongas cuando los veas besándose?

Pero el mayor problema son los cambios en la relación con tu hija, esa relación que, (contrariando a todos los tratados de psicología) vos armaste gastando ríos de baba desde que te la pusieron en brazos y te dijeron: ¡Esta no va a ser jugadora de fútbol!! Va a ser una princesa como la mamá!!!

Ahora tenés un competidor en serio. Alguien que consigue despegarla de Internet con un simple llamado telefónico mientras vos te quedaste ronco diciéndoselo de todos las maneras posibles. Un tipo que te la va a arrancar de tus brazos todo el tiempo y que te va a hacer sentir un cajero automático, un chofer para llevarla y traerla de sus citas, un “ex superhombre” al que se le notan cada vez más sus defectos.
Le vas a encontrar miles de agachadas, y te las vas a tener que callar para siempre por que te van a delatar los celos, y si el pibe le rompe el corazón nunca vas a poder decir YO sabia... ya que las miradas familiares te van a decir de todo menos Horangel.

Vas a notar de una manera contundente la dura diferencia entre el ¡Papi...! pedigueño y el ¡Papá! reclamativo y vas a cruzar los dedos para que en la mesa de café los muchachos se olviden de la prometida venganza frente a tus chistes alusivos a las hijas de ellos.

Vas a tener la espantosa contradicción de que mientras mas lo aceptes mas tu hija te va a abrazar y mientras más lo rechaces mas la vas a alejar de tus brazos.

Al final, cuando el candidato se haya ganado el afecto de todos, hasta el de tu perra, vos vas a decir lo mismo que Robert Redford en la película del millón de dólares: “La dejo ir porque ella nunca me va mirar como lo mira a el”. Recién ahí, la ansiedad tendrá un final feliz.

AMIGOTES


Existen tres etapas en la vida muy diferenciadas en cuanto a nuestras relaciones con los amigos. La primera, claro está, es la de nuestra infancia. Allí, nuestras posibilidades de obtener amigos tenían algunas limitaciones. La distancia mayor a una cuadra era un condicionante importante. La aventura de cruzar la calle o doblar la esquina presuponía un cercanía importante al sopapo de mamá. Esto determinaba optar por los egoístas de al lado sin pensar en el pibe de a la vuelta, siempre presto a compartir su scalectric. La condena a jugar con la prima que siempre tenía la costumbre de llorar si no se jugaba a las muñecas o con la otra que nos tiraba el pelo por cualquier motivo, se tornaba en una injusticia terrible.
Una vez obtenido el permiso de desarrollar nuestro espacio geográfico la cosa se ponía más interesante. El espectro se ampliaba y nuestra capacidad de elección comenzaba a descubrir nuestros valores: Elegir al rubio de los mejores juguetes o al tronco dueño de la número 5 en lugar del morochito de la pelota de plástico ya era una decisión que nos marcaría en el futuro inmediato. El importarnos si en casa del gringo se servía coca o leche chocolatada en la merienda o café con leche como en la nuestra era también un símbolo de nuestros valores inculcados.
Pero Mamá y Papá siempre ponían límites a nuestras compañías. Decían no a los más revoltosos y a los más vagos sin importarles nuestros afectos u preferencias. “Dime con quién andas y te diré quién eres” era una fundamentación contundente a la hora de nuestros porqués y un tirٕón de orejas el castigo a nuestra desobediencia. A escondidas, algunos rebeldes manteníamos estas amistades prohibidas y otros, más sumisos, se aburrían con los elegidos por nuestros mayores. Claro que esa etapa, casi la única parte fea de nuestra niñez, tenía un final que daba paso a una segunda.
La escuela secundaria y la universidad quedaban más lejos de los ojos de la vieja y allí tomábamos nuestras propias decisiones y nos juntábamos con tipos de toda calaña. En mi caso personal - vaya uno a saber porqué-, prefería siempre a los peores del grado (capaz porque ya era peronista y aún no me daba cuenta). Repitentes, soñadores, melenudos, leales, atorrantes, compañeros, indisciplinados, solidarios y tan divertidos como incorregibles. La Canción de Serrat “Las Malas Compañías” expresa impecablemente esta etapa de decisiones indispensables para ser felices.
Por suerte para mis viejos, uno seguía siendo el mismo que habían modelado. Terminaba de estudiar los viernes para disfrutar de mis amistades todo el fin de semana sin cargos de conciencia los domingos por la noche. Esta felicidad a veces tenía costos. Algún uno por dejarlos copiar un examen, algún acto sin llevar la bandera por algún chiste desafortunado y alguna señorita no conquistada por el delito de asociación ilícita. Y todos los diciembres y los marzos pasarla ayudándoles en todas las materias que los señoritos se llevaban. Y tomar decisiones de vida: No viajar a Bariloche si a algunos de ellos los viejos no podían costearles el viaje. No concurrir a determinada fiesta de 15 si los impresentables no estaban invitados o no había una ventana por donde podrían colarse. Y sentíamos, como decía un tal Cristo, que no había nada más hermoso que dar la vida por los amigos. Quizá sea por eso que, aunque pasen los años, difícilmente olvidemos a los amigos cosechados en esta etapa de la vida.
El problema fue cuando llegaron ellas. Esas, que les encantaba el tema de Joan Manuel pero que, ya casadas, lo adjudican a un error de adolescencia. “Dime con quién andas y te diré con cuales te dejo juntar” parece ser la consigna. ¿Con quien vas a salir? Es la pregunta de difícil respuesta. Si el compañero de salida es soltero, divorciado o atorrante ni se te ocurra dar el nombre. “¿Por qué no te juntas con el marido de mi amiga, que es un tipo encantador?”; sugieren intentando vendernos al clásico pollerudo que encima tiene menos gracia que un mono muerto tirado en el piso. “¿Hasta cuando vas a mostrarte con semejante fracasado?”; disparan para describir a nuestro preferido, ese al que nunca le importó la plata pero que te hace “millonario de risas”, como decía el poeta.
Elegir es un derecho relativo como pocos. No ejercemos la potestad de cómo, donde, y cuando nacer y en muy contadas ocasiones optamos por la manera de morir.
Pocas veces es posible elegir un trabajo. Son contadas las ocasiones en donde “hacemos lo que nos gusta y encima nos pagan por ello”. Solo unos pocos logran tener la profesión o el oficio que soñaron de pibes. (Por eso es que hay tan pocos astronautas, bomberos, aviadores o capitanes de barco)
La mayoría de las veces eligen por nosotros nuestro club preferido. A veces no sabemos ni que es una pelota y ya andamos con el carnet de Racing como chupete o con la camiseta de River que ese tío pelotudo o ese padre castrador decidió comprarnos.
La mitad de las veces nuestra familia decide si somos peronistas o radicales y la otra mitad ese espíritu reaccionario nos hace del partido contrario para darle dolores de cabeza a nuestros pobres viejos.
Nunca se eligen los parientes ni los vecinos, casi nunca sabemos en que lo se transforman las esposas o los gobernantes elegidos y no siempre tenemos opciones frente a las novias o a los socios.
Es menester mantener la posibilidad de elegir a los amigos de manera pura e irrestricta. La obligación más importante que tenemos en la vida es ser felices y los amigotes nos la hacen más fácil. Y creo que es el casi único caso en el que el fin justifica los medios.

A LA GENTE TAMBIEN LE PASAN COSAS



Estás frente a importantes interlocutores. El tema: La distancia entre las decisiones del Estado y las necesidades de la población. Te ponés a desgranar una pieza oratoria impecable, de esas que justifican el sueldo que te pagan y comenzás a cautivar la atención de los tipos que te miran como estudiándote. Ya planteaste la frase célebre de cambiar los mostradores del Estado por mesas redondas. Ya te metiste de lleno en las formas de articular los instrumentos nacionales, provinciales y municipales con las fuerzas del tercer sector y vas imaginando el remate que arranque el aplauso de los oyentes. De pronto, el celular te parte al medio. Es tu mujer. Estás por cortarle pero pensás: “Mejor una respuesta rápida que un rosario de explicaciones”. Pedís disculpas y atendés. Te avisa de la necesidad de ir a buscar a tu hija urgente porque el auto se quedó sin batería. Es como si un tsunami de cotidianeidad te llevara puesto. El remolino se lleva el remate, el aplauso y la felicitación correspondiente. A la velocidad del rayo decís una frase trillada, das las muchas gracias y te vas insultando al cielo por lo bajo.

El teclado saca chispas. Estás preparando la ponencia que vas a presentar en el congreso venidero y los tiempos se te agotan. Tu marido se fué con tu hija al centro y las ideas te salen como nunca. Afloran las comparaciones y pensás que el tema elegido da para un tratado, un nuevo libro y hasta un nuevo título de posgrado. La representatividad de las instituciones, la legitimidad del poder y la influencia de la intelectualidad en el desarrollo del Estado de Derecho, como ícono fundamental del bien de los ciudadanos. En medio de la segunda página, tu madre te llama al fijo, ese que está a veinte metros del cuarto de estudio porque el celular lo tenés apagado y te cuenta que no le pagaron la jubilación, que vino a visitarla la gorda de la esquina y te mandó saludos, que en la revista tal salió una nueva dieta y que el domingo te espera con los ravioles. Como en el juego de la oca, una trompada cotidiana te manda al principio y las ideas no aparecen hasta que saques seis en el cubilete de tu cerebro. Las ganas de mandar a mamá de regreso a la vagina de tu abuela son enormes. Blasfemas un rato sin respuestas.

Parece ser el negocio de tu vida. Lo encontraste de casualidad pero lo buscaste con todas las ganas. Es la posibilidad de ganarte el respeto de tu padre, la admiración de tus pares, la tranquilidad de tu ocaso y el futuro de tus hijos. Estás diseñando el plan de negocios, uniendo las puntas, hablando con inversores que nunca te habían escuchado, tocando las puertas que nunca se abrían y rogando que otro no se te adelante porque es ahora o nunca. De repente, tu secretaria te dice que el nene te esta llamando porque chocó el auto. Que se encuentra bien pero que como se olvidó el carnet de conducir en el pantalón que le lavaron la semana pasada necesita que lo acompañes a hacer la exposición policial. La furia te enceguece, volcás el café sobre los escritos y justo te borra el teléfono del inversor que conociste hace un año en una ronda de negocios y como se le habían acabado las tarjetas, lo anotaste en una servilleta que guardaste en la carpeta del evento y nunca pasaste en limpio por cábala. Mirás hacia arriba y le preguntas a Dios porque tanto castigo.

El tipo está verdaderamente cansado. En seis días construyó un universo y descansó. Fue su único día de franco. Al día siguiente empezaron los reclamos de Adán, Eva y su prole, las internas con el diablo, las señales a los descarriados, las promesas a los mansos, el envío de su hijo, la selección de sus representantes. Desde hace un tiempo mira unos señores que en nombre de un tal capitalismo generan pobreza, guerras y aniquilan los recursos naturales. Al frente, unos jóvenes vestidos de verde y otros de rojo intentan detenerlos pero basados en un tal Carlitos Marx lo ningunean todo el tiempo. Más allá unos científicos, metidos en su burbuja, le hacen la competencia como creador inventando un juego nuevo llamado clonación. En medio de esta problemática recibe el llamado de una niña triste y con miedo porque mamá y papá no pasaron a buscarla todavía, de una vieja angustiada porque ve poco a sus hijos, de un pibe destruido como el auto que manejaba, de un político enojado porque no le salió un discurso, de una intelectual enceguecida porque no pudo escribir una ponencia y de un empresario reclamando que perdió un negocio. Piensa: No soy el pupo del mundo. A la gente también le pasan cosas.

CINCO MINUTOS DE BOLUDO (a Isidoro Blainsten)


La vida que llevamos, claro está, difícilmente te permita esquivar el rol que el destino, tus ancestros, o vos mismo según la corriente filosófica en la que te enroles, te pusieron en la vida. Apartarse un segundo del camino señalado o agacharse a juntar piedritas brillantes puede hacer que el pelotón te pase por encima o, lo que es peor, te emperne.
Pocas veces te perdonan correrte del cuadro señalado y el cultivo de la viveza criolla te va a marcar la diferencia entre ser un tipo piola y un terrible boludo.
Si te dedicás a la política, políticos chorros inspirados en la letra del tango Cambalache, te van a decir gil por no hacer diferencia cuando estés en alguna función pública o, amparados en no sé que manual de conducción política te van a decir boludo inorgánico si no ves con buenos ojos robar para la corona. Ni hablemos si se te ocurre denunciarlos. Para ellos los tipos vivos son los que entran en la variante o los que, paradójicamente, haciéndose los tontos miran para otro lado poniendo la mano extendida a fin de recibir algún vuelto. Cuatro frases han dejado insignes pensadores de la política para la prosperidad: “Nadie hace la plata trabajando” “Si paramos de robar dos años el país se salva” “No me han convocado por mi prontuario, sino por mi inteligencia” y “Para estar en el poder tanto tiempo solo hay que hacerse el boludo, pero no serlo”
Si te dedicás a la actividad privada, te recibís de master en viveza comercial si tenés la combinación perfecta: buen cobrador y mal pagador. Y si te llega a ir mal en tu empresa y te quedás en la ruina por pagarle a todo el mundo te van a decir ¡Boludo! ¡Como no te presentaste en convocatoria o metiste una quiebra!. ¿No sabes que el pecado no es fundirte sino quedarte seco?. Y te vas a cansar de ver tipos que te clavaron pasar enfrente tuyo y saludarte sin agachar la cabeza, porque al parecer la vergüenza también es una actitud boludezca. El día que se te ocurra preguntar de que viven algunos señores de trabajos cortos y cafés largos, te van a contestar: Ese es un vivo bárbaro. Está haciendo un paquete con la venta de IVA. Si llegás a contestar ¡ah, pero eso es ilegal! , estás condenado a boludo perpetuo.
Lo mismo puede pasarte si sos empleado público y se te ocurre no faltar nunca, cumplir con las horas de trabajo y ocupar más tiempo en tu tarea que a tomarte unos mates, ir al baño o a mirarle el culo a la de la sección de al lado. Te van a decir ¡boludo! no te pagan por productividad así que no se te ocurra sacarnos ventaja.
Pero si encima de estar en estas ocupaciones descubriste que te gusta alguna actividad artística o simplemente algún hobby distinto al deporte o la salida nocturna estás en un serio problema. Los amigos te van a decir: Che gordo: ¿No podés escribir cosas serias en vez de andar contando todas las cosas que nos pasan? Tu mujer, media cansada, quizá te diga: ¿Hasta cuando vas a mostrar tu costado débil? y tu vieja, con todo el amor del mundo, te dirá: Nene, ¿Se está volviendo marica que escribe esas cosas poéticas?
Claro que no es necesario joderle la vida al mundo hasta el hartazgo. La gente es como es y no tenemos derecho a desmarcarnos todo el tiempo. Pero acordate cuando eras chico: ¿No valía más la pena una buena gambeta que el mejor gol?. ¿No era mejor pegarle tres dedos aunque saliera afuera que fundir al arquero de puntín?
Y decime la verdad: Cuando ves a los chicos con la play station: ¿No te quedarías toda la tarde jugando con ellos? O ¿No extrañas tu cara de opa cuando veías a esa mujer que al pasar dejaba estelas y se te hacía un nudo en la garganta?
La vida te puso frenos: dejaste la guitarra en el ropero, el cuaderno de poemas en el desván, la colección de Nippur Magnun guardada en una caja y los millones de discos en la casa de tu vieja. El pelo se te hizo corto, la corbata cada vez más larga, el intervalo entre baño y baño menor a las 24 horas y los hermosos momentos de boludo inferiores a cinco minutos.
Cuando se vayan todos, agarrá la viola. Tratá de afinarla y canta los temas del Flaco Spinetta (Sí, esos de Artaud que a tu mujer nunca le gustaron). Agarrá papel y lápiz y escribile una carta a la diosa a quien nunca te animaste a decirle una palabra y que al final se enganchó con el hijo del empresario. Un lunes de estos, llegá tarde al trabajo por hacerle el amor a tu pareja como cuando eran adolescentes y este viernes sentate en el suelo con los chicos a jugar a los autitos y enseñales todos tus trucos.
Comprate tus cinco minutos de boludo y vivilos intensamente. Pero cuando los otros te pregunten porque estás tan contento, hablales del nuevo auto, del próximo viaje, del último gol de Palermo o del aumento de sueldo...
No es cuestión de avivar a la gilada.